Mi número preferido es el “veinticatorce”,
precisamente porque tú lo inventaste. Es la matemática fractal que se despliega
hasta llegar a la ilusión, entre el contar y contar de lo factible, como ese
color aún no inventado con el que cubriríamos el mundo. Entonces los pájaros
nadarán por el mar y lo peces surcarán los cielos, las simientes crecerán en
los desiertos y el hombre dejará de ser lo que es… Ahora miro a mi alrededor,
en esta ciudad tranquila que construí con mis manos, y puedo observar la copa vacía
del último brindis en el que tampoco estabas, siempre ausente en el espacio
pero no en mis recuerdos. Creo que nada nos alcanza cuando nos alcanza todo,
porque somos invencibles, como la luz cuando acaba con la noche en todos los
amaneceres ocurridos, como el rastro del tiempo que se deshace en segundos para
acumularse en un número infinito, que también es nuestro, como el
“veinticatorce”, como ese color aún no inventado con el que cubriríamos el
mundo.
Ahora oigo el sonido de mis pies cuando caminan por el techo. Es que mi
vida, desde que te fuiste, está cabeza abajo. No sé que pasó, o quizá lo sé
demasiado bien, cuando se llevaron tu luz a otro lugar. Entonces llegó la noche
y mi planeta cambió los polos y su gravedad, y me quedé así, en esta posición.
No sé qué será mejor, si recuperar mi anterior estado o darle la vuelta a este
planeta que son un sinfín de circunstancias, porque ejercí de Ícaro y ahora lo
pretendo de Ave Fénix, en la creencia de que con estas alas volaré hasta el
lugar donde te encuentras. Una vez allí me arrojaré en tus brazos, y tú en los
míos, como cuando eras un niño de tres años, ése que corría hacia su papá con
una sonrisa flotando en el espacio.
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