UN EDIFICIO EN LA MENTE
Es
la ventana invisible de mis miedos por la que me asomo de vez en cuando. El
horizonte no lo puedo divisar porque hay un muro delante, pegado ante mis ojos,
que lo impide. Será difícil escalarlo, pues no tiene final, además la caída se
hace previsible hacia una profundidad que transcurre entre el espacio de la
pared del edificio y el muro hostil. Por esa ventana, desde luego, es imposible
ver nada, y abro la puerta que está al otro lado para salir tranquilamente
hacia la calle en busca de aquello que me pueda hacer feliz.
EL HORIZONTE DE LA VIDA
Más
allá del horizonte hay otro horizonte y después de éste hay otro más y luego
otro más… Horizontes que con su movimiento hacen girar el planeta, que cambian
de lugar constantemente como una piel deslizándose sobre el magma… Yo voy hacia
un horizonte inalcanzable, porque muta sin cesar buscando el infinito. Así me
paso la vida, caminando sin parar con la intención de saber si hay algún final
antes del ocaso de mis días. Espero conseguirlo, porque presiento un Dios al
final del camino.
UNA LÍNEA SIN SENTIDO
Miro
hacia el cielo y no encuentro horizonte alguno, pues no hay nubes ni estrellas,
sólo ese azul cerúleo que está por encima de todo. No sé qué pensarán las aves
que lo surcan, pues yo sólo respiro con los pies sobre la tierra mirando a un
horizonte que también me mira. De nada sirve creer que lo finito lo marca una
línea, pues está comprobado que la línea se mueve o se traspasa. En el cielo no
hay límites, tampoco en la tierra, sólo están en la mente del hombre cuando
atenta contra las leyes de la naturaleza.
La
libertad tiene horizontes que traspasar, líneas que cruzar, para ser tan
extensa como el cielo.
VÉRTICO
Hay
una referencia en la lejanía: para los humanos es el horizonte, pero en mi
planeta aparece vertical y lo llamamos “vértico”. Allí vivimos de medio lado y
crecemos a lo ancho, justo al revés que en este lugar. En mi planeta sus
pobladores no roban ni se matan entre ellos, ni hacen guerras por bienes
materiales ni supuestos espirituales. Me sorprende la verticalidad de la mente
humana en contraste con lo horizontal de su mundo, con su orden vertical
ansiando ser más que el vecino, con estratos de poder y servilismos, con
imposición de clases. En mi planeta no existe nada de eso, y dentro de nuestro
medio vertical buscamos la horizontalidad para ser iguales. En mi planeta nos
elevamos en el aire hacia el espíritu, mientras que aquí se arrastran por el
suelo deseando la materia. El humano asienta los pies sobre la tierra y toma
posesión del horizonte, para luego pensar en vertical.
Qué raros son, qué mundo tan extraño,
donde todo está justo al revés.
DÓNDE ESTARÁ Y DE QUIÉN SERÁ
Miro al horizonte y no distingo nada. Busco
una moneda de diez céntimos que perdí en aquel lugar hace cuarenta años. La
verdad me da pereza caminar hasta allá, además no estoy seguro de que sea el
mismo horizonte. Por otro lado, no sé si cuando se pierde algo tan común, como
es una moneda de diez céntimos, siga perteneciéndote o su propiedad pase a
quien la encuentre. Así está la cosa: el horizonte allí y yo aquí, y de la
moneda nada sé. La moneda está en desuso pero el horizonte no, y ahí sigue para
que yo lo mire mientras pienso en la moneda. De todas formas la culpa la tiene
el horizonte, más que la moneda o yo, porque está muy lejos y no me apetece
caminar, además, como ya dije, puede que no sea el mismo horizonte, ese
horizonte que tiene la culpa de todo.
HORIZONTES PERDIDOS
El
horizonte no es, como parece, una línea recta en la distancia, es un círculo
que nos rodea; de ello te das cuenta al girar sobre ti mismo en medio del
océano o en la soledad del desierto; allí se deja apreciar, en él, la curvatura
de la Tierra. De
cualquier modo, es una señal engañosa que cambia sin parar y tan diversa como el
infinito, todo depende de nuestro movimiento y situación, del ángulo de la
mirada, de cómo la intensidad de la luz incide sobre él. En las ciudades el
horizonte se pierde entre el hormigón, hay que salir de ellas para apreciarlo. El hombre citadino no se da cuenta de estas cosas ni mira al cielo en las
noches para ver las estrellas; el hombre de ahora se apartó de la naturaleza
para crear un mundo fuera de ella, sin horizontes circulares que mirar.
MI PROPIO HORIZONTE
Al
final de mi habitación, en su horizonte, hay un televisor encendido por donde
pasan diferentes imágenes en movimiento. He de reconocer que no veo mucho la
televisión, pues prefiero los horizontes de los paisajes de mi mente, tratar de
escribirlos para que alguien los lea. También me adentro hacia los parajes de
otros que buscan horizontes. Todos buscamos a través de la escritura nuestro
propio horizonte, para saber de qué somos capaces si es que somos capaces de
algo. Un escritor sin horizontes no es un escritor, y yo lo pretendo siempre
con la apuesta por delante, en este juego de la vida donde me desvivo por hacer
de mi horizonte algo más que un horizonte.
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Imagen de fractales.free.fr
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