viernes, 23 de marzo de 2007

FRANZ KAFKA Y DOS CERVEZAS

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Cuando voy al bar siempre pido dos cervezas, una para él y otra para ella, porque yo no bebo (bueno, eso es un decir, porque todos bebemos aunque sea agua); pero ellos beben cerveza y siempre lo hacen en este bar, en una esquina de la barra junto a un ventanal por donde se ve pasar la gente. No sé si esas personas que caminan por la calle beberán cerveza, aunque agua seguro que sí. Pero bueno, ahí están las dos cervezas sobre la barra, junto a un servilletero con hojas de papel y un cubilete con palillos. He de precisar que la cerveza, por ser líquida, ha de contenerse en un recipiente, ya sea vaso o botella, si bien es preferible que sea de cristal; y esto es porque, de no ser así, el líquido se desparramaría por encima, para luego caer al suelo por esas cuestiones de la física de los fluidos y la gravedad. Pero ahora no debemos preocuparnos, pues la cerveza está dentro de las dos botellas que, como ya dije, son para él y para ella. Yo se las pedí al camarero, y él, como siempre, muy amable las sirvió. Tampoco sé si el camarero beberá cerveza, aunque sospecho que sí. El bar, por la hora, no está muy lleno, y no puedo adivinar si los que lleguen beberán cerveza. Por la puerta, precisamente, acaban de entrar el otro y la otra, que, después de realizar una mirada general, se acercan hacia mí.
        –Hola ¿Cómo estás? –me saluda el otro.
        –Muy bien –le respondo yo.
        –¿Y esas dos cervezas para quiénes son? –me pregunta la otra, siempre tan observadora.   
        –Para él y para ella –le contesto.
        –¿Es que tú no bebes? –me pregunta el otro.
        –Cerveza no, pero agua sí.
        –Agua bebemos todos –me aclara la otra.
        –Sí, ya lo sé –le digo.
        –¡Menos mal que la cerveza está dentro de las dos botellas! –dice el otro.
        –¡Claro! Si no se desparramaría por la barra y caería al suelo –explica la otra, siempre tan precisa–. Además, como en este caso, es preferible que el recipiente sea de cristal.
        –Oye –dice el otro–, nosotros queremos dos cervezas, si quieres…
        –No, no –le interrumpo–, éstas son para él y para ella.
        En esto, entran por la puerta aquél y aquélla, que no sé si beberán cerveza, aunque el otro y la otra ya sé que sí, porque se quieren beber las de él y ella. Sin dudarlo, se acercan a la esquina de la barra donde estamos: el otro, la otra, el camarero y yo.
        –Hola, cómo están –saludan a coro aquél y aquélla.
        –Muy bien –respondemos todos, también a coro.
        –¿Y esas dos cervezas? –pregunta aquélla, tan observadora como la otra.
        –Son para él y para ella –contesto yo–. Además, están en el recipiente más indicado, que es de cristal, para que no se desparrame el líquido por la barra y no caiga al suelo… Yo bebo agua como todos, pero el otro y la otra también beben cerveza –y, al ser mencionados, asintieron con una sonrisa.
        –¿Y dónde están él y ella? –pregunta aquélla, siempre tan curiosa.
        –Todavía no llegan –contesto yo.
        –¡Miren quién pasa por ahí! –dice de improviso la otra, y todos miramos hacia el ventanal.
        –Es Franz Kafka –dice aquél.
        –Sí, se parece mucho –agrega el otro.
        –¿Seguro qué es? –se pregunta aquélla.
        –Sí lo es –digo yo.
        –¿Quién es Franz Kafka?
        Pregunta el camarero y todos nos volteamos para mirarlo, y luego agrega:
        –A lo mejor, se fue en busca de él y de ella.
        –No creo –dice la otra.
        –¿Y Franz Kafka beberá cerveza? –pregunta aquélla.
        –Desde luego, estas dos cervezas no porque son para él y para ella –digo yo.
        –Pues, a este paso, se van a calentar –dice la otra, con cierta inquietud.
        –Así le gustan a él y a ella –le respondo.
        Y ahí seguimos, en torno a las dos cervezas, en la esquina de la barra y frente al ventanal que da a la calle por donde pasa la gente y también, algunas veces, Franz Kafka. Entonces se abre la puerta y todos miramos, pero no es Franz Kafka ni él ni ella, sino una corriente de aire que se interna por unos instantes en el bar. Las dos cervezas continúan dentro de sus recipientes de cristal, junto a las servilletas de papel y los palillos, y el camarero, que todavía no sabemos si bebe cerveza, se sirve un vaso con agua que comienza a beber. Todos miramos al camarero y luego a las cervezas, sabiendo que son para él y para ella, y puedo suponer que aquél, aquélla, el otro y la otra, tienen sed, pero todavía no sé si aquél y aquélla beben cerveza, pues en ningún momento se han expresado en dicho sentido.
        –¿Y quién se bebe las cervezas si no llegan él y ella? –pregunta aquélla de repente.
        –Él y ella siempre llegan –le respondo.
        –Nosotros nos ofrecimos para beberlas –intervino la otra–, pero ya nos advirtió que son para él y para ella.
        –¿Y ustedes beben cerveza? –les pregunto a aquél y aquélla, para saciar no mi sed sino la curiosidad.
        –No, no bebemos cerveza, aunque agua sí.
        –Agua bebemos todos –dice la otra.
        Ya por lo menos sé que aquél y aquélla son como yo, que no beben cerveza, al contrario que el otro y la otra, pero todavía tengo la duda sobre el camarero y Franz Kafka, pues él y ella sí beben cerveza porque las dos botellas que están sobre la barra, junto al servilletero y frente al ventanal, son suyas.
        –¿Oiga, señor camarero, usted bebe cerveza? –le pregunto para salir de la duda.
        –¡Claro que sí! –exclama–. ¡Cómo no voy a beberla, si la tengo tan cerca!
        Ya también sé, y ellos saben (el otro, la otra, aquél y aquélla), que el camarero bebe cerveza, pero nada sabemos sobre las apetitos de Franz Kafka y tampoco cuándo llegarán él y ella.



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